Tu destrucción se gesta en la codicia
de esta sed, toda tacto, asoladora,
que deshecha, no viva, te atesora
en el nimio caudal de la noticia.
Te miro ya morir en la caricia
de tus ecos, en esa ardiente flora
que, nacida en tu ausencia, la devora
para mentir la luz de tu delicia.
Pues no eres tú, fluente, a ti anudada.
Es belleza, no más, desgobernada
que en ti porque la asumes se consuma.
Es tu muerte, no más, que se adelanta,
que al habitar tu huella te suplanta
con audaces resúmenes de espuma.
domingo, 6 de septiembre de 2009
Mujeres
Mujeres
A Ciro Méndez
De mi ciudad sonora
viene al pueblo de tibia somnolencia,
donde saben a sal los labios de la aurora.
Y traje una dolencia
de mis valles,
ansiosos de marina transparencia.
Cruzaban las angostas cintas de las calles
mujeres de aguzados senos
y agilidad de música en los talles.
Había sol en los rostros morenos;
dos ágatas de luz en sus pupilas,
y en sus labios melifluos los venenos.
en onduladas filas,
eran como de cálidas palomas
Por el limpio tejado de las montañas lilas.
Y soñaban en pomas
paradisíacas de filtrado jugo,
y en un idilio de los vientos con los aromas.
Al Señor Nuestro plugo
darles líneas de copas transparentes,
como se reza en Hugo.
Y secaron mis fuentes
por esa gota lánguida de un beso
en las finas copas de labios adolescentes.
Córdoba, cofre de mujeres, dulce embeleso:
Les prometí la luz de un arrebol
por esa gota lánguida de un beso...
¡Y me dieron el sol!
A Ciro Méndez
De mi ciudad sonora
viene al pueblo de tibia somnolencia,
donde saben a sal los labios de la aurora.
Y traje una dolencia
de mis valles,
ansiosos de marina transparencia.
Cruzaban las angostas cintas de las calles
mujeres de aguzados senos
y agilidad de música en los talles.
Había sol en los rostros morenos;
dos ágatas de luz en sus pupilas,
y en sus labios melifluos los venenos.
en onduladas filas,
eran como de cálidas palomas
Por el limpio tejado de las montañas lilas.
Y soñaban en pomas
paradisíacas de filtrado jugo,
y en un idilio de los vientos con los aromas.
Al Señor Nuestro plugo
darles líneas de copas transparentes,
como se reza en Hugo.
Y secaron mis fuentes
por esa gota lánguida de un beso
en las finas copas de labios adolescentes.
Córdoba, cofre de mujeres, dulce embeleso:
Les prometí la luz de un arrebol
por esa gota lánguida de un beso...
¡Y me dieron el sol!
lunes, 17 de agosto de 2009
La casa del silencio
La casa del silencio
La casa del silencio
se yergue en un rincón de la montaña,
con el capuz de tejas carcomido.
Y parece tan dócil
que apenas se conmueve con el ruido
de algún árbol cercano, donde sueña
el amoroso cónclave de un nido.
Tal vez nadie la habita
ni la quiere,
Y acaso nunca la vivieron hombres;
pero su lento corazón palpita
con un profundo latir de resignando,
cuando el rumor la hiere
y la sangra del trémulo costado.
Imagino, en la casa del silencio,
un patio luminoso, decorado
por la hierba que roe las canales
y un muro despintado
al caer de las lluvias torrenciales.
Y en las noches azules,
la pienso conturbada si adivina
un balbucir de luz en sus escaños,
y la oigo verter con un ruido
ya casi imperceptible, contenido,
su lor paternal de tres mil años.
La casa del silencio
se yergue en un rincón de la montaña,
con el capuz de tejas carcomido.
Y parece tan dócil
que apenas se conmueve con el ruido
de algún árbol cercano, donde sueña
el amoroso cónclave de un nido.
Tal vez nadie la habita
ni la quiere,
Y acaso nunca la vivieron hombres;
pero su lento corazón palpita
con un profundo latir de resignando,
cuando el rumor la hiere
y la sangra del trémulo costado.
Imagino, en la casa del silencio,
un patio luminoso, decorado
por la hierba que roe las canales
y un muro despintado
al caer de las lluvias torrenciales.
Y en las noches azules,
la pienso conturbada si adivina
un balbucir de luz en sus escaños,
y la oigo verter con un ruido
ya casi imperceptible, contenido,
su lor paternal de tres mil años.
domingo, 16 de agosto de 2009
L enfermo
L enfermo
Por el amplio silencio del instante
pasa un vago temor.
Tal vez gira la puerta sin motivo
y se recoge una visión distante,
como si el alma fuese un mirador.
Afuera canta un pájaro cautivo,
y con gota fugaz el surtidor.
Tal vez fingen las cortinas altas
plegarse al toque de una mano intrusa,
y el incierto rumor
a las pupilas del enfermo acusa
un camino de llanto en derredor.
En sus ojos opacos, mortecinos,
se reflejan las cosas con candor,
mientras la queja fluye
a los labios exangües de dolor.
Cuenta la Hermana cuentas de rosario
y piensa en el Calvario
del Señor.
Pero invade la sombra vespertina
un extraño temor,
y en el péndulo inmóvil se adivina
la séptima caída del amor.
Tal vez gira la puerta sin motivo.
Afuera canta un pájaro cautivo,
y con gota fugaz el surtidor.
Por el amplio silencio del instante
pasa un vago temor.
Tal vez gira la puerta sin motivo
y se recoge una visión distante,
como si el alma fuese un mirador.
Afuera canta un pájaro cautivo,
y con gota fugaz el surtidor.
Tal vez fingen las cortinas altas
plegarse al toque de una mano intrusa,
y el incierto rumor
a las pupilas del enfermo acusa
un camino de llanto en derredor.
En sus ojos opacos, mortecinos,
se reflejan las cosas con candor,
mientras la queja fluye
a los labios exangües de dolor.
Cuenta la Hermana cuentas de rosario
y piensa en el Calvario
del Señor.
Pero invade la sombra vespertina
un extraño temor,
y en el péndulo inmóvil se adivina
la séptima caída del amor.
Tal vez gira la puerta sin motivo.
Afuera canta un pájaro cautivo,
y con gota fugaz el surtidor.
miércoles, 12 de agosto de 2009
Una pobre conciencia
Una pobre conciencia
A Bernardo Ortiz de Montellano
Un anciano consume su tabaco
en la vieja cachimba de nogal.
La tarde es solamente un cielo opaco
y el recuerdo amarillo de un rosal.
El anciano dormita...
Es tan triste la tarde para ver
un reloj descompuesto, y la infinita
crueldad de un calendario con la fecha de ayer.
Y silencio, un silencio propicio
para rememorar cómo canta una boca la lectura
de la antigua conseja familiar.
En el fino paisaje se depura
una tristeza del atardecer,
y el reloj descompuesto parece una dolida
conciencia de caoba en la pared.
Una pobre conciencia, cuya charla
con la vieja cachimba de nogal
es el agrio murmullo de un postigo
y el recuerdo amarillo del rosal.
A Bernardo Ortiz de Montellano
Un anciano consume su tabaco
en la vieja cachimba de nogal.
La tarde es solamente un cielo opaco
y el recuerdo amarillo de un rosal.
El anciano dormita...
Es tan triste la tarde para ver
un reloj descompuesto, y la infinita
crueldad de un calendario con la fecha de ayer.
Y silencio, un silencio propicio
para rememorar cómo canta una boca la lectura
de la antigua conseja familiar.
En el fino paisaje se depura
una tristeza del atardecer,
y el reloj descompuesto parece una dolida
conciencia de caoba en la pared.
Una pobre conciencia, cuya charla
con la vieja cachimba de nogal
es el agrio murmullo de un postigo
y el recuerdo amarillo del rosal.
domingo, 2 de agosto de 2009
Pescador de luna
Pescador de luna
Cuando me mira los faroles rojos
en la orilla del mar,
mi pescador, el de profundos ojos,
pone sus negras redes a pescar.
( El mar ante la noche se ilumina,
y sus olas doradas, al nacer,
florecen como un ansia repentina
en ojos de mujer. )
Pez de luna bruñida no se pesca,
pescador.
Agua del golfo, la ondulada y fresca,
deja que riegue la orilla con amor.
No persigas la forma del lucero,
que ni el agua dormida la dará;
si él, como un sonámbulo viajero,
sólo viene y se va.
Que, pobres, las corrientes y la charca
encierran ilusión,
y ajenos al peligro de tu barca
vienen sueños de luz al corazón.
Con los ojos, ya tímidos, escarbas
en los mares rebeldes a cincel,
y puede correr llanto por tus barbas
de serpientes de miel.
El agua misma, la ondulada y fresca,
ponga un poco de sol en tu dolor.
¡Pez de luna bruñida no se pesca,
pescador!
Cuando me mira los faroles rojos
en la orilla del mar,
mi pescador, el de profundos ojos,
pone sus negras redes a pescar.
( El mar ante la noche se ilumina,
y sus olas doradas, al nacer,
florecen como un ansia repentina
en ojos de mujer. )
Pez de luna bruñida no se pesca,
pescador.
Agua del golfo, la ondulada y fresca,
deja que riegue la orilla con amor.
No persigas la forma del lucero,
que ni el agua dormida la dará;
si él, como un sonámbulo viajero,
sólo viene y se va.
Que, pobres, las corrientes y la charca
encierran ilusión,
y ajenos al peligro de tu barca
vienen sueños de luz al corazón.
Con los ojos, ya tímidos, escarbas
en los mares rebeldes a cincel,
y puede correr llanto por tus barbas
de serpientes de miel.
El agua misma, la ondulada y fresca,
ponga un poco de sol en tu dolor.
¡Pez de luna bruñida no se pesca,
pescador!
La luz sumisa
La luz sumisa
Alarga el día en matinal hilera
tibias manchas de sol por la ciudad.
Se adivina casi la primavera,
como si descendiera
en lentas ráfagas de claridad.
La luz, la luz sumisa
( si no fuera
la luz, la llamaran sonrisa )
al trepar en los muros, por ligera,
dibuja la imprecisa
ilusión de una blanda enredadera.
¡Ondula, danza y trémula se irisa!
Y la ciudad, con íntimo candor,
bajo el rudo metal de una campana
despierta a la inquietud de la mañana,
y en gajos de color se deshilvana.
Pero puso el Señor,
a lo largo del día,
esencias de dolor
y agudo clavo de melancolía.
Porque la claridad, al descender
en giros de canción,
enciende una alegría de mujer
en el espejo gris del corazón.
Si ayer vimos la luna, desleída
sobre un alto silencioso de montañas...
si ayer la vimos derramarse en una
indulgencia de lámpara afligida,
y duele desnatar en las pestañas
el oro de la luna.
Alarga el día en matinal hilera
tibias manchas de sol por la ciudad.
Se adivina casi la primavera,
como si descendiera
en lentas ráfagas de claridad.
La luz, la luz sumisa
( si no fuera
la luz, la llamaran sonrisa )
al trepar en los muros, por ligera,
dibuja la imprecisa
ilusión de una blanda enredadera.
¡Ondula, danza y trémula se irisa!
Y la ciudad, con íntimo candor,
bajo el rudo metal de una campana
despierta a la inquietud de la mañana,
y en gajos de color se deshilvana.
Pero puso el Señor,
a lo largo del día,
esencias de dolor
y agudo clavo de melancolía.
Porque la claridad, al descender
en giros de canción,
enciende una alegría de mujer
en el espejo gris del corazón.
Si ayer vimos la luna, desleída
sobre un alto silencioso de montañas...
si ayer la vimos derramarse en una
indulgencia de lámpara afligida,
y duele desnatar en las pestañas
el oro de la luna.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)